Esta ciudad es como un sueño. Pequeños restaurantes de comida de cualquier nacionalidad arremolinados en torno a un mercado lleno de productos locales, artesanías magníficas, templos y monjes que pasean al amanecer. Esta es la Asia que me imaginaba, gentes tranquilas que te invitan a compartir un rezo con ellos y a descubrir su cultura y religión.